El falso sentimiento del yo
Estimados amigos,
Os dejo aquí una muy interesante conferencia del Maestro Samael acerca de lo que estuvimos estudiando el lunes pasado del «falso sentimiento del yo».
Estudiadlo con detenimiento, pues es una de las mejores aproximaciones que podemos leer acerca de la gestión de nuestros sentimientos y su control.
El falso sentimiento del Yo
EL FALSO SENTIMIENTO DEL YO
Introducción
A cada situación de nuestra vida le corresponde un sentimiento. Esos sentimientos están provocados por los diferentes estados del “Yo” y llegan a falsear el verdadero sentimiento que debería estar guiado por la Conciencia y viene de nuestro verdadero Ser.
El sentimiento del Ser es siempre correcto, pero el sentimiento del «Yo» es un sentimiento equivocado, un sentimiento falso.
Comúnmente se suele confundir a los sentimientos con las sensaciones o con los pensamientos. La función del pensamiento siempre trabaja, en líneas generales, por medio de la comparación, se comparan dos o más impresiones.
En cambio la sensación y la emoción no razonan, no comparan, simplemente definen una sensación dada por su aspecto, por su carácter agradable o desagradable.
Pero también debemos distinguir la diferencia que existe entre sentimiento y sensación. Las sensaciones pueden ser positivas o negativas, pero son sensaciones, no sentimientos. El sentimiento se lleva en el corazón, es diferente, y nunca debe confundirse el sentimiento auténtico del Ser con el sentimiento del “Yo”.
No podemos estar seguros de que nuestros sentimientos sean correctos mientras estemos gobernados por el “Yo”. El sentimiento de la Conciencia Objetiva Real es lo importante y para poder tener nosotros ese sentimiento verdadero de la Conciencia, necesitamos desintegrar los agregados psíquicos. Entonces, poco a poco, conforme nuestros sentimientos son de la Conciencia nos daremos cuenta que los agregados psíquicos falsean nuestros sentimientos y nos equivocan.
Falso sentimiento del yo
Merece la pena que reflexionemos sobre la cuestión del sentimiento de sí mismos; conviene que entendamos a fondo la cuestión del falso sentimiento del yo.
Todos, en el fondo de nuestro corazón, tenemos siempre el sentimiento de sí mismos, mas conviene saber si este sentimiento es correcto o equivocado.
Es necesario entender lo que es este sentimiento del «Yo». Ante todo urge entender que hay quien está dispuesto a abandonar el alcohol, el cine, el cigarrillo, las «juergas», etc., todo menos los propios sufrimientos.
Adoramos nuestros propios dolores, nuestros sufrimientos, nos despegaríamos más fácilmente de un rato de alegría que de nuestros propios sufrimientos.
Sin embargo, parece paradójico que todos nos pronunciamos contra los mismísimos sufrimientos, que nos quejamos de nuestros dolores, mas cuando en verdad hay que abandonarlos, en modo alguno estamos dispuestos a semejante renunciación.
Ciertamente, tenemos una serie de fotografías vivientes de sí mismos: fotografías de cuando teníamos 18 años, fotografías de cuando éramos muchachos, fotografías de cuando teníamos 21 años, etc. A cada una de esas fotografías psicológicas le corresponde toda una serie de sufrimientos, eso es ostensible, y gozamos examinando tales fotografías, nos deleitamos en narrar a los demás los sufrimientos de cada edad, las dolorosas épocas por las que pasamos, etc. Hay un gusto bastante exótico y bohemio.
Cuando narramos a otros nuestros dolores, cuando les decimos que somos gentes de experiencia, les contamos las aventuras de muchachos, la forma cómo tuvimos que trabajar para ganarnos el pan de cada día, la época más dolorosa de la existencia, cuando andábamos por allí buscando los centavos para subsistir…
¡Cuántos dolores, cuántos sufrimientos!, con todo eso disfrutamos. Cuando estamos haciendo ese tipo de narraciones somos verdaderamente bohemios entusiastas.
En vez de deleitarnos en este caso con el alcohol, con el cigarro, nos deleitamos con la historieta, con la novela, con lo que dijimos, lo que nos pasó, lo que nos dijeron, con la forma en que vivimos, etc., es una especie de bohemia bastante exótica que nos gusta…
En modo alguno parece que estamos dispuestos a abandonar nuestros propios sufrimientos. Ellos son el narcótico que a todos nos gusta, el deleite que a todos nos agrada, y mientras más accidentada es una vida, parece que nos sentimos más exóticos, más bohemios, con nuestros dolores.
A cada situación corresponde un sentimiento, un sentimiento del «Yo», del «mi mismo»… Sentimos que somos, sentimos que existimos.
Nosotros sentimos que sentimos, tenemos en el corazón, el sentimiento de sí mismos. ¿Estamos seguros de que ese sentimiento es correcto?, posiblemente sí.
El sentimiento de existir, el sentimiento de ser y de vivir, ¿será el verdadero?, ¿será un falso sentimiento? Conviene que seamos un poco reflexivos en estas cuestiones.
Cuando andábamos por allí, tal vez en los bares, o cuando deambulábamos por los «club», ¿tendríamos sentimiento?, es obvio que lo teníamos. ¿Y ése sería el correcto? A cada edad le corresponde un sentimiento, porque uno sentimiento es el que se tienen a los 18 años y otro cuando se tienen 25. Y un anciano indudable-mente tendrá su propio sentimiento.
¿Cuál de ellos será el correcto?
Es algo muy tremendo la cuestión del sentimiento de sí mismo, pues uno siente que siente, siente que existe, que vive, que es; uno siente que tiene corazón y dice: «Yo», «Yo», y «Yo», porque son muchos los «Yoes». ¿Cuál de los sentimientos sería pues el exacto?
Si reflexionamos un poco en esta cuestión veremos que si uno desintegra un «Yo» cualquiera, por ejemplo el del resentimiento con alguien, está contento de haberlo desintegrado. Pero si el mismísimo sentimiento continúa, hay algo que está fallando en el trabajo. Sencillamente, esto nos indica que tal «Yo» que creíamos haber desintegrado, no se ha desintegrado, puesto que el sentimiento del mismo continúa.
Si perdonamos a alguien, y más aún si cancelamos el dolor que ese alguien nos ha producido, y continuamos con un sentimiento igual, esto nos está indicando que no hemos cancelado ese agravio, o ese mal recuerdo, o esa mala acción que alguien nos produjo… El «Yo» del resentimiento continúa vivo.
Cuántas veces hemos creído, por ejemplo, que hemos desintegrado un «Yo» de venganza, pero el sentimiento aquél que teníamos continúa. Esto indica, entonces, que no logramos desintegrar tal «Yo», eso es obvio.
De manera que en nosotros existen tantos sentimientos como «agregados psíquicos» o «yoes» tenemos en nuestro interior. Si tenemos 10.000 «agregados psíquicos», indudablemente tendremos 10.000 sentimientos de sí mismos. Cada «Yo» tiene su propio sentimiento.
Así pues, una pauta a seguir en nuestro trabajo sobre sí mismos, es esta cuestión del sentimiento. Intelectualmente podremos haber aniquilado el «Yo» del egoísmo pero, ¿continuará acaso existiendo ese sentimiento de «primero yo», «segundo yo» y «tercero yo?”
Seamos sinceros consigo mismos, y si continúa existiendo tal sentimiento, es porque el «Yo» del egoísmo aún existe.
Cuesta mucho trabajo que entendamos la necesidad de desintegrar el Ego, pero más trabajo cuesta que entendamos lo que es el sentimiento que suele ser tan fino, tan sutil, que se escapa.
En todo caso, en este trabajo sobre sí mismos, hay tres líneas que debemos entender:
Primero: el trabajo sobre sí mismos, con el propósito de desintegrar los «agregados psíquicos» que en nuestro interior tenemos, viva personificación de nuestros errores.
Segundo: el trabajo con los demás (necesitamos aprender a relacionarnos con los demás), y…
Tercero: el Amor al “trabajo”, el trabajo por el trabajo mismo.
Estas son las tres líneas a seguir.
Si una persona, por ejemplo, dice que está trabajando, y cree que está trabajando sobre sí misma, pero no se presenta ningún cambio en esa persona; si el sentimiento equivocado del «Yo» continúa, si su relación con sus semejantes es igual, entonces está demostrando que esa persona no ha cambiado. Y si no ha cambiado, entonces no está trabajando sobre sí misma correctamente; eso es obvio.
Necesitamos cambiar, mas si después de cierto tiempo de trabajo el sentimiento del «Yo» continúa igual, si el proceder con las gentes es el mismo, ¿podría acaso opinarse que hemos cambiado? En verdad que no, y el propósito de estos estudios consiste en cambiar, el cambio debe ser radical, porque hasta la propia identidad que poseemos debe llegar a perderse para sí mismos.
Un día, por ejemplo, fulano buscará a fulano; ya fulano no existe, se ha perdido a sí mismo; eso es claro. Así que, hasta la mismísima identidad tiene que perderse para sí mismo; tenemos que volvernos absolutamente diferentes…
Hay personas que llevan en estos estudios, años y años, estudiando y se les ve igual, no han cambiado, tienen su misma conducta, cometen sus mismos errores; como los cometieron hace 20 años, los cometen hoy iguales.
Esto indica que no ha habido ningún cambio; no hay nada nuevo en ellos. ¿Cómo son?, como eran hace 20 o hace 10 años, sin ningún cambio. Entonces lo que están haciendo, al seguir estos estudios, es perder el tiempo miserablemente.
Porque el objeto de estos estudios es cambiar psicológicamente, convertirnos en seres diferentes. Hemos de reflexionar profundamente si queremos o no cambiar.
Una guía a seguir es la observación del sentimiento del «Yo». El sentimiento del «Yo» es siempre equivocado, nunca es correcto.
Debemos distinguir entre el sentimiento del «Yo» y el sentimiento del Ser. El Ser es el Ser, y la razón del Ser es el mismo Ser. El sentimiento del Ser es siempre correcto, pero el sentimiento del «Yo» es un sentimiento equivocado, un sentimiento falso.
¿Por qué gozaremos con las fotografías psicológicas de hace 20, 30 o 50 años?, ¿qué nos pasa?, cada fotografía psicológica va acompañada de sentimientos diferentes.
El sentimiento del joven que se emborracha, el sentimiento del muchacho que anda con la novia, o por los caminos de la perversidad, etc., ¿cuál de esos será el correcto?, ¿el que teníamos cuando éramos muchachos de 18, o el que tenemos hoy en día a la edad de 50 o 60 años?, ¿cuál será el verdadero, si ninguno de esos sentimientos es verdadero, si ninguno de ésos es correcto, si todos son falsos?
Es falso cuando se siente uno un hombre de 18, que tiene un mundo por delante y que las chicas le sonríen; falso es el muchacho aquel de los 20, que cree que por su cara bonita va a dominar el mundo; falso es el del jovenzuelo aquel de los 25, que anda de ventana en ventana… ¡Todo eso es falso!
¿Cuál de todos esos sentimientos sería el real? Sólo la Conciencia nos puede dar un sentimiento real. No olvidemos que entre la Conciencia y el Ser no hay mucho distanciamiento.
Son tres los aspectos de la vida: el Ser (Sat, en sánscrito), la Conciencia (el Chit) y la felicidad (Ananda). Pero la Conciencia Real del Ser que no está muy distante del Ser en sí mismo, se encuentra enfrascada entre toda esa multiplicidad de «agregados psíquicos» que personifican a nuestros errores, y que en nuestro interior cargamos. Sólo ella puede darnos un sentimiento correcto.
Ese sentimiento sería cruel para los demás, porque los demás están enfrascados en falsos sentimientos que nada tienen que ver con el verdadero sentimiento del Ser.
El sentimiento de la Conciencia Objetiva Real, es lo que cuenta, es lo importante. Pero para poder tener nosotros ese sentimiento verdadero de la Conciencia Real y Objetiva, necesitamos antes que todo desintegrar los agregados psíquicos. A medida que vayamos desintegrando los diversos agregados, viva personificación de nuestros defectos, la voz de la Conciencia se irá haciendo cada vez más y más en forma intuitiva.
Y a medida que vayamos sintiendo con la Conciencia, nos daremos cuenta de que el falso sentimiento del «Yo» nos conduce al error.
Mas esto es sumamente fino, sumamente delicado, porque en la vida todos nosotros hemos sufrido demasiado; eso es obvio. También hemos marchado por el camino del error, eso es patente. Y en todos los aspectos de nuestra vida, en cada instante, hemos sentido en el corazón, algo que se llama «sentimiento». Ese algo lo hemos considerado siempre como la voz de nuestra Conciencia, lo hemos considerado como el sentimiento de sí, como el sentimiento real, al cual hemos obedecido, como el único que puede conducirnos por el camino recto, etc.
Pero desgraciadamente, hemos estado equivocados, la prueba de nuestra equivocación es que más tarde hemos tenido otros sentimientos completamente diferentes, totalmente distintos, y mucho más tarde otros sentimientos también diferentes. Entonces, ¿cuál de los tres será el verdadero?
Hemos sido víctimas de un auto-engaño; siempre nos ha guiado, o siempre hemos confundido al sentimiento del «Yo» con el sentimiento del Ser.
Llegar a sentir de verdad, llegar a tener un sentimiento preciso, es algo tremendo. Ese sentimiento preciso es el de Conciencia Superlativa del Ser.
En todo caso, deberíamos marchar por el camino de la aristocracia de la Inteligencia y de la nobleza del Espíritu. Y a medida que avancemos por esa senda tan difícil del auto-conocimiento y de la auto-observación de sí mismos de momento en momento, iremos también aprendiendo a sentir correctamente, iremos aprendiendo a conocer el sentimiento auténtico de la Conciencia Superlativa del Ser.
El Ser para nosotros es lo que cuenta, es lo importante, y el sentimiento juega gran papel en esta cuestión del Ser, un tremendo papel.
Cuántas veces creíamos que íbamos bien por el camino de la vida, guiados por el sentimiento vivo de una auténtica realidad, y sucedió que andábamos peor que antes, porque nos guiaba un falso sentimiento: el del «Yo».
Hay personas que no son capaces de despegarse del falso sentimiento del «Yo». Tienen una serie de fotografías de sí mismos que no abandonarían por nada de la vida, ni por todos los tesoros del mundo. Gozan con sus dolores, y renunciar a ellos sería peor que la muerte misma.
Vivimos quejándonos y gozamos en las quejas, y nunca abandonaríamos nuestros dolores…
Por un falso sentimiento del “Yo”, podemos perder toda la existencia entera: es decir, pasan los 30 años, y los 40, los 50 y los 60 y llegamos a los 80 (si acaso llegamos, porque muchos mueren antes de los 80 con ese mismo sentimiento del «Yo») y ese falso sentimiento que tenemos del «Yo» nos embotella completamente en el Ego, y al fin morimos sin haber dado ni un paso adelante.
Por lo común, cuando nos enfrentamos a la vida, no recibimos las experiencias directas de la Conciencia. Tenemos una serie de preconceptos, de prejuicios terribles en la mente.
Cualquier reto, es de inmediato escudado por algún prejuicio o preconcepto. Por lo que sucede, la vida llega indirectamente a la Conciencia, por esa multiplicidad de prejuicios que tenemos dentro, por toda esa diversidad de sentimientos equivocados y contradictorios.
Pero nunca la vida llega a la Conciencia y en consecuencia, permanecemos dormidos toda la existencia.
Por ejemplo, veamos a un viejo neurasténico de 80 años, rancio y torpe en el pensar, embotellado en algún dogma: tiene un sentimiento de sí mismo totalmente equivocado. Cuando algo le llega, no toca su Conciencia; todo lo que le llega, llega a su mente, y ésta, como está llena de tantos prejuicios, costumbres, hábitos mecánicos, etc., reacciona de acuerdo a su propio condicionamiento. Entonces reacciona con violencia, cobardía, etc.
Observemos a un anciano de 80 años reaccionando: ya lo conoce uno, siempre va a las mismas reacciones. ¿Por qué?, porque todo le llega a su mente, no toca nunca a su Conciencia. Llega a su mente, y luego allí lo interpreta a su modo.
La mente juzga todo como le parece, como está acostumbrada a juzgar, como cree que es verdadero, y el falso sentimiento del «Yo» respalda la forma equivocada del pensar… En definitiva, quien tiene un falso sentimiento del «Yo», pierde su existencia miserablemente.
Hay que llegar al correcto sentimiento, pero éste ya es el de la Conciencia. Nadie podría llegar a tener ese correcto sentimiento sin antes desintegrar los agregados psicológicos. Y a medida que uno va desintegrando los agregados psicológicos, el correcto sentimiento se va manifestando, y cuando la destrucción es total, también el correcto sentimiento es total. Pero, por lo común, el sentimiento correcto de sí mismo está en pugna con el falso sentimiento del «Yo». Ese sentimiento correcto de la Conciencia está, más allá de cualquier código de ética, más allá de cualquier código moral establecido por alguna religión, cultura, etc.
Por lo común, los conceptos morales establecidos por las distintas religiones, en el fondo resultan falsos. Al estar la Conciencia humana tan dormida se inventan distintos sistemas pedagógicos, sociales, éticos, educativos y morales para que nosotros marchemos por el camino recto. Pero nada de eso sirve para nada. Hay una ética propia de la Conciencia, pero ésta resulta «inmoral» para los santurrones de las diversas denominaciones religiosas.
Existía un libro, que es el de los «Pravithas», en el Tibet Oriental, con una ética que no encajaría jamás dentro de ningún culto, porque es de la Conciencia.
En estos estudios no se trata de seguir o de vivir de acuerdo con ciertas formas petrificadas de moral, aquí lo que se debe es desarrollar la capacidad de la comprensión. Nosotros necesitamos, constantemente, enjuiciarnos a sí mismos con el propósito de saber qué tenemos y qué nos falta. Hay mucho que debemos eliminar y mucho que debemos adquirir, si es que queremos marchar por el camino recto.
Mas el sentimiento equivocado del «Yo» no permite avanzar por la difícil senda de la liberación. Siempre se confunde a ese sentimiento equivocado del «Yo» con el sentimiento del Ser.
Si no abrimos bien los ojos, el sentimiento equivocado del «Yo» puede hacernos fracasar a todos en la presente existencia.
El Ser es lo que cuenta, pero está muy hondo, muy profundo. Realmente, el Ser en sí mismo es la Mónada Interior (recordemos a Leibnitz y su famosa «Mónada»). La Mónada en sí misma es lo que podríamos denominar, en hebreo, Neshama, es decir, Atman-Buddhi.
Atman es el Intimo, el Ser. Sobre todo esto nos dice algo, precisamente, el libro titulado «Dioses Atómicos»: «antes de que la falsa aurora apareciera sobre la tierra, aquellos que sobrevivieron al huracán y a la tormenta alabaron al Intimo, y a ellos se les aparecieron los Heraldos de la Aurora».
Neshama, es el Atman-Buddhi, la Mónada citada por Leibnitz y su filosofía Monádica. Atman es el Íntimo, Buddhi es el Alma Espiritual, la Conciencia Superlativa del Ser. Los dos, integrados, constituyen la Mónada; eso es obvio. La Mónada, a su vez, se ha desdoblado en el Alma Humana, que es el «Manas Superior» de los orientalistas.
Esa Alma Humana, en principio, es completamente germinal, pero de ella por desdoblamiento, ha resultado la Esencia, que es lo único que los «animales intelectuales» tenemos encarnado dentro. Esa Esencia está enfrascada entre los diversos agregados psíquicos que en nuestro interior llevamos.
En hebreo, Neshama es precisamente Atman en su parte inefable. Buddhi es «Ruach» (en general, a Atman-Buddhi se le llama Ruach). Netchi es el Alma Humana o Alma Causal, de donde se deriva la Esencia que cada cual tiene en su interior. Esta parte de Conciencia que tenemos dentro, esa Esencia, hay que ponerla en actividad. Desgraciadamente está dormida, está metida dentro de los agregados psíquicos inhumanos que en nuestro interior cargamos.
Es necesario entender que cuando uno trabaja sobre sí mismo, entra por el camino de la Revolución de la Conciencia, aspira algún día recibir sus principios anímicos y espirituales, es decir, aspira convertirse en un Templo de la Mónada Interior. Porque es obvio que una Esencia desarrollada, desenvuelta, despierta, se integra, se fusiona completamente con el Alma Humana en el Mundo Causal.
Mucho más tarde viene lo mejor: el desposorio, la integración de esa Alma Humana con la Mónada. Cuando eso sucede, el Maestro se Auto-Realiza totalmente.
Así, pues, lo que tenemos, que es la Esencia, debe ser trabajada. Debemos empezar por desembotellarla, por desenfrascarla. Ella es una fracción del Alma Humana en toda criatura, y hay que despertarla porque está dormida entre cada uno de los agregados psíquicos que en nuestro interior llevamos.
Esa Esencia tiene su propio sentimiento correcto, que es diferente, completamente diferente del falso sentimiento del «Yo». Esa Esencia, realmente, con su sentimiento, emana de la verdadera Alma Causal o Alma Cósmica. Así que, el sentimiento que la Esencia tiene, es el mismo que tiene el Alma Cósmica, es el mismo que existe en el Alma Espiritual, el mismo que existe en el Intimo o Atman.
Cuando uno entra por este camino, descubre que se ha metido por la senda de la Revolución de la Conciencia, y ésta es tremenda, porque trae de hecho aparejada la revolución intelectual y la revolución física.
La Revolución de la Conciencia provoca una serie de revoluciones intelectuales extraordinarias, y a su vez, como resultado, aparece la revolución física.
En la Alkimia, por ejemplo, se habla de la «Reincrudación» del cuerpo físico, de la «Invulnerabilidad» y de la «Mutación». Es obvio que aquel que ha logrado la Iluminación, puede alimentarse con el «Árbol de la Vida», y de hecho su cuerpo físico, si así lo quiere, puede volverse invulnerable, mutante. Y eso lo consigue mediante la «Reincrudación» alkimista.
Un iluminado sabe muy bien como se logra la «Reincrudación». Así que son tres revoluciones en una: la de la Conciencia, que trae aparejada la revolución intelectual y la otra, la revolución física.
Los grandes adeptos de la Conciencia, esos que lograron verdaderamente el despertar, son iluminados; muchos de ellos son inmortales.
Recordemos a Sanat-Kumarat, el Anciano de los Días, el fundador del Colegio de Iniciados de la Blanca Hermandad, que trajo su cuerpo físico a la Tierra, vino desde Venus. Ese Gran Maestro, habiendo pasado más allá de toda necesidad de vivir en este mundo, se ha quedado en este mundo para ayudar a los que marchan por la rocallosa senda que conduce a la liberación final.
Sanat-Kumarat es alguien que puede sumergirse totalmente en el Océano de la Gran Ley, pero ha renunciado a todo para quedarse aquí con nosotros, y está con nosotros por amor en el camino éste que estamos recorriendo.
Urge entender la forma de relacionarnos correctamente con nuestros semejantes. Si trabajamos sobre sí mismos, debemos también levantar la antorcha para iluminar a otros el camino, para mostrar a otros el sendero.
En el Oriente se habla claramente de dos clases de seres que marchan por este camino. Son los «Saravacas» y los «Buddhas Praytecas». Obviamente, ellos son ascetas, saben que el falso sentimiento del yo conduce al fracaso; ellos se han preocupado por trabajar intensamente sobre sí mismos, han hecho sus votos, algunos de ellos hasta han diluido el Ego, pero no hacen nada por el prójimo. Estos «Buddhas Praytecas» y «Saravacas», obviamente gozan de cierta Iluminación y de cierta felicidad, mas nunca han llegado, en realidad de verdad, a ser verdaderos, «boddhisattwas» en el sentido más estricto de la palabra.
Hay dos clases de «boddhisattwas»: los que tienen el boddhisita en su interior y los que no lo tienen.
¿Qué se entendería por el «Boddhisita» o «Boddhisito»? Sencilla-mente esta denominación se aplica a aquellos que a base de distintas renunciaciones y de estar manifestándose en los mundos, renunciando a cualquier grado de felicidad, trabajaron por la Humanidad. Estos tienen los Cuerpos Existenciales de oro puro, porque eso es el «Boddhisita»: los Cuerpos Superiores Existenciales del Ser.
El Bodhisita de un Buddha es propiamente un Boddhisattwa debidamente preparado, y que puede realizar con eficiencia todos los trabajos que el Buddha interior le ha confiado.
No creamos que el Boddhisattwa, que en realidad no se ha desarrollado en el terreno vivo del Boddhisita, podría llegar a progresos en los trabajos que tiene que realizar, porque no está debidamente preparado.
Se entiende por «Boddhisita», precisamente, a todas esas experiencias, a todos esos conocimientos adquiridos a través de las edades, a los vehículos de oro puro, a la Sabiduría patente del Universo. Obviamente el Boddhisattwa, provisto de tal Boddhisita, se manifiesta a través de distintos Mahavantaras, y a la larga viene a convertirse en un Ser Omnisciente. La Omnisciencia es algo que hay que conseguir, que hay que lograr, pues en modo alguno nos viene de regalo; ella es el producto de distintas manifestaciones cósmicas y de incesantes renunciaciones.
El Boddhisatwa que posee dentro de sí al Bodhisita, a todas esas sumas de experiencias, todos esos conocimientos, cuerpos de oro, etc.; jamás se dejaría guiar por un falso sentimiento del «Yo». Pero este falso sentimiento del «Yo» suele refinarse espantosamente. Hay individuos que han logrado muchos refinamientos espirituales, y sin embargo aún son víctimas del falso sentimiento del «Yo». Entender esto es básico en la Gran Obra, es fundamental.
Todos tenemos derecho a aspirar a la Iluminación, pero tampoco debemos codiciarla. Antes que codiciarla debemos preocuparnos por la desintegración de los «agregados psíquicos» que en nuestro interior cargamos, vigilar en forma intensiva ese falso sentimiento del «Yo», aniquilarlo, porque puede estancarnos, puede llevarnos al auto-engaño, puede hacernos pensar que vamos muy bien, puede hacernos creer que es la voz de la Conciencia, cuando en realidad de verdad es la voz del Ego.
Algún día tendremos que ir fabricando dentro de sí mismos el Boddhisita, elaborando esa experiencia, ese conocimiento que nos va dando el trabajo sobre sí mismos. Con tal conocimiento, con tal experiencia, no fallaremos.
A medida que vayamos desintegrando esos agregados psíquicos que nos dan el falso sentimiento del «Yo», iremos alimentándonos con el Pan de la Sabiduría, el Pan Transubstancial venido de lo Alto. Porque cada vez que uno desintegra un «agregado psíquico», libera un porcentaje de Conciencia, y adquiere de hecho una virtud, un conocimiento nuevo, algo extraordinario.
No es posible adquirir virtud alguna si antes no desintegramos el defecto antitético. Por ejemplo, no podríamos adquirir la virtud de la castidad si no desintegramos el defecto de la lujuria; no podríamos adquirir la virtud de la mansedumbre si no eliminamos de sí mismos el defecto del resentimiento; no podríamos adquirir la virtud del altruismo si no eliminamos el defecto del egoísmo.
Lo que importa es que vayamos comprendiendo la necesidad de desintegrar defectos, sólo así nacerán en nosotros las gemas preciosas de las virtudes.
No hay que confundir el sentimiento con las sensaciones.
Las sensaciones, son positivas y negativas. Toda sensación es el resultado de alguna radiación o impresión externa, por ejemplo, viene a nosotros una sensación de dolor debido a que alguien nos la produjo, ya sea con la palabra o sencillamente nos dimos un fracaso; entonces tenemos una sensación de dolor, y una sensación de alegría cuando alguien nos trata bien o cuando olemos un perfume delicioso.
El sentimiento, sin embargo, se lleva en el corazón, es diferente, va en el Centro Emocional, y nunca se debe confundir al sentimiento auténtico con el sentimiento del «Yo». Cada «Yo» tiene su forma de sentimiento, y por lo común ese falso sentimiento del «Yo» nos lleva al fracaso.
1 comentario
Mucho trabajo por delante para saber distinguir un sentimiento de una simple emoción….siempre con atención, humildad y trabajo… podemos ir superando este supuesto abismo…